China necesita acero, cobre, aluminio y
otro tipo de metales. ¿Cómo conseguir estos productos al mejor precio? En los
desechos de americanos y europeos.
Para la mayoría de personas, el reciclaje comienza en la cocina
de casa y termina en los contenedores de la calle. Una vez que hemos colocado
nuestras botellas, envases y cartones en sus correspondientes papeleras, nos
creemos que la misión ha terminado.
Pero la realidad es que en ese
momento el proceso de reciclaje tan sólo acaba de empezar. De
ahí, nuestros desechos serán trasladados a vertederos o plantas de
reciclaje, en ocasiones cruzando la mitad del planeta para llegar a Asia, donde
se convertirán en nuevos materiales dispuestos a entrar en las cadenas de
producción.
A pesar de la creciente concienciación medioambiental, la industria global
del reciclaje sigue siendo casi tan desconocida como rentable:
produce anualmente 500.000 millones de dólares, más o menos el producto
interior bruto (PIB) de Noruega.
El periodista estadounidense Adam Minter ha publicado un
libro donde expone con todo lujo de detalles el funcionamiento y la importancia
de esta industria en todo el planeta.
A pesar del idealismo que mueve al movimiento ecologista, la
industria del reciclaje, salvo contadas excepciones, se rige por los mismos
intereses económicos que cualquier otro negocio. “Las buenas intenciones no
hacen que las viejas latas de cerveza se conviertan en nuevas latas de
cerveza”, afirma Adam Minter. “Nadie va a abrir una línea de fundición de
aluminio porque es bueno para la Tierra; lo hacen porque ven una oportunidad de
ganar dinero”, dice este periodista de Bloomberg, quien creció desde
pequeño rodeado de piezas de coches, cables y lavadoras en la chatarrería de su
padre en Minneapolis.
La globalización también ha afectado a
la industria del reciclaje. Aunque tanto Estados Unidos como la Unión Europea
(UE), los dos grandes consumidores del planeta, reciclan en sus fronteras en
torno al 60% de sus residuos, otra parte importante acaba en los países en vías
de desarrollo de Asia (como China, India, Tailandia o Malasia) y África
(Nigeria, Ghana).
Desde el año 2003, el
continente asiático se ha convertido en el principal destino de los residuos de
plástico de los países de la UE, que también exportan cobre, aluminio y
níquel. Desde los años 90 China es el principal importador convirtiéndose no solo en
la fábrica del mundo, sino también en la chatarrería del planeta.
El país asiático lleva varias décadas embarcado en un gigantesco proceso de
construcción de viviendas, aeropuertos, autopistas, trenes de alta velocidad y
fábricas. Por lo que son necesarias ingentes cantidades de acero,
cobre, aluminio y otro tipo de metales. ¿Cómo conseguir estos productos al
mejor precio? Muchas fábricas chinas han encontrado la respuesta al otro lado
del planeta: en los desechos de estadounidenses, europeos y japoneses.
A este comercio también ha ayudado el déficit comercial entre los países
desarrollados y China. Hace décadas que millones de contenedores de mercancías
parten de Asia con destino a las costas de Estados Unidos y los países de la
Unión Europea, cargados con ropa, coches y las últimas novedades tecnológicas.
Esos barcos, sin embargo, tienen que hacer el camino de vuelta a China. Con
poca producción en los países desarrollados, ¿qué se podía enviar a Asia en
esos contenedores? Las empresas de transporte bajaron sus tarifas
considerablemente y ampliando así su cartera de clientes.: las empresas de
reciclaje y chatarrerías.
En este contexto económico, las ciudades del sur de China importan todos
los años toneladas de basura de piezas de automóviles, papel, lavadoras,
teléfonos móviles, cables y latas de refresco. Una vez allí, las empresas
chinas se encargan de sacarle el máximo provecho a la mercancía: el papel y el
cartón se reutilizan en la impresión de periódicos y el embalaje de productos;
las estructuras de metal se envían a los hornos para producir más coches; las
viejas latas de Coca-Cola vuelven a las cadenas de producción; y cualquier
objeto metálico o electrónico es examinado en busca de cobre, que más tarde se
incorporará a los cables de las líneas de teléfono. De esta forma, los desechos
de los países desarrollados llegan a China, son separados y reciclados, y
finalmente enviados a las fábricas para crear nuevos productos; más tarde,
estos harán el viaje de vuelta hacia los consumidores de Estados Unidos y
Europa, completando así el círculo de producción-consumo-reciclaje-producción.
La historia sería perfecta si no fuera por los costes humanos y
medioambientales asociados al proceso de reciclaje global. En las fábricas
chinas, los residuos no son tratados con la misma consideración medioambiental que en los países del
Norte, lo que ha provocado la contaminación de ríos y tierras a lo
largo y ancho del país. Algunos procesos de reciclaje incluyen el quemado
de plásticos y otros elementos químicos dañinos para la salud (por eso no se
hace en los países desarrollados), lo que ha provocado el aumento de todo tipo
de enfermedades en las ciudades que se dedican a este negocio. El problema
es especialmente grave con los residuos electrónicos (ordenadores,
teléfonos móviles, impresoras, fotocopiadoras...), que son considerados como
peligrosos por la Unión Europea y cuya exportación está prohibida a los países
que no son miembros de la OCDE, lo que no impide que sigan llegando a Asia y
África bajo la etiqueta de bienes de segunda mano.
A pesar de reconocer las sombras de la industria del reciclaje, Adam Minter
piensa que no se puede considerar a los países del Sur como el vertedero de los
países del Norte. “Esos productos no se envían gratis a China, la gente está
pagando por ellos, y está pagando mucho dinero”, explica Minter en referencia a
los importadores chinos, que pueden llegar a invertir hasta 120.000
dólares por un contenedor de cobre. “Mi punto de vista, que es el de
alguien que lleva en esta industria muchos años y que ha visto cuánto dinero y
cuánto valor medioambiental China, India y otras regiones sacan de ahí, es
exactamente el contrario: son los chinos los que están explotando al mundo
desarrollado, que no ve ningún valor en las cosas que tiran”.
En opinión de Minter, los países en vías de desarrollo no están haciendo
nada que su familia no hubiera hecho hace 50 años. Hasta los años 60, por
ejemplo, los motores eléctricos (procedentes de coches, ventiladores o
maquinaria agrícola) se abrían manualmente en las chatarrerías de EEUU y Europa
para extraer el cobre y el acero. Con
el incremento de los sueldos, sin embargo, el proceso dejó de ser rentable y
acabaron en los vertederos. En la actualidad, esos motores estropeados
o anticuados se exportan a Taizhou, una ciudad costera china que se encarga
de arreglarlos y extraer los metales, que luego venden a la creciente industria
automovilística de la región.
Una montaña de residuos sobre un pequeño
carro. (Reuters)
Desde el punto de vista medioambiental, la principal ventaja de este
reciclaje a gran escala (formado sobre todo por los desechos de las empresas,
no de las familias) es que ayuda a reducir el consumo de materias primas. En el
caso de China, el mayor consumidor de cobre del mundo, un 50% de este metal lo
consigue ya a través del reciclaje, en su mayor parte gracias a los objetos
llegados del extranjero. Si hablamos de productos finales, se calcula
que producir una lata de cerveza reciclada consume un 92% menos de energía que
una lata original. Sin ese reciclaje, los desechos de europeos y
estadounidenses acabarían en el vertedero, mientras que chinos e indios
tendrían que destinar mayores recursos a extraer y transportar materias primas.
Pero el reciclaje no es la solución mágica para salvar el planeta. “El
reciclaje también tiene una tasa medioambiental: necesita de energía,
agua y materias primas, y nada es reciclable al 100%”, explica Adam Minter. Es
por eso que este periodista, que ha visitado más de 100 vertederos,
chatarrerías y plantas de reciclaje en todo el planeta, piensa que lo más
importante es reducir el consumo y utilizar los productos el mayor
tiempo posible. “Cuanto más tiempo extiendas la vida de tus productos, sea
a través de la reparación o sencillamente comprando cosas que duran más, menos
presión estarás poniendo en los recursos del planeta”, dice Minter.
Para poder seguir utilizando un producto, la industria del
reciclaje global también tiene una solución: el envío de productos de segunda
mano a los países del Sur. Aunque este comercio ha recibido las críticas de
varias ONG, sobre todo debido al mal estado de los aparatos, Adam Minter
explica que los importadores de Ghana, India, China y Malasia siguen comprando
viejos ordenadores, discos duros, teléfonos móviles, DVD y televisores que no
quieren los consumidores de los países desarrollados. Lo que para los europeos
no merece la pena arreglar o utilizar, porque es mejor comprar otro
producto nuevo y más actualizado, para otros puede ser la única forma de
ver la televisión o acceder a internet (en India, por ejemplo, tan sólo el
12,6% de la población se conecta a la red).
Aunque la
investigación de Adam Minter genera muchas preguntas sobre la sostenibilidad
de nuestro modelo de desarrollo, lo cierto es que describe de forma
detallada el actual funcionamiento de la industria del reciclaje, que vive
mucho más pendiente de la Bolsa de Metales de Londres que de
preocupaciones medioambientales. A nivel global, eso significa que la basura
que sobra en Europa y Estados Unidos (este último, conocido en el sector como
la Arabia Saudí de la chatarra) acaba llegando a Asia y África. Al menos de
momento, allí sí saben lo que hacer con ella.
Fuente: www.elconfidencial.com